El botillo, un saco de huesos muy apetecible

Hace dos semanas Pedro llegó a la oficina con dos enormes botillos en las manos. Las reacciones fueron de lo más variadas, desde los que empezamos a salivar de inmediato, recordando viejas jornadas de costillas, adobo y patatas, hasta los que nunca habían visto este manjar ni en pintura. Tuve el placer de conocerlo hace casi veinticinco años gracias a una amiga leonesa a la que le daban vueltas los ojos cada vez que, de vuelta de su tierra, abría la maleta y desembalaba el botillo de rigor. Desde entonces lo he cocinado unas cuantas veces y nunca he tenido gran problema para encontrarlo en el mercado.

Luis de Olmo, leonés de pro, enamorado y Cofrade de Honor del botillo, dejó de lado los canapés y la finura del típico “vino español” para ofrecer un botillo del Bierzo en los premios Protagonistas, organizados por Onda Rambla y Punto Radio. De esta inteligente manera puso en el mapa a este manjar dándolo a conocer más allá de su zona de producción. La creme de la creme de la sociedad española chupando huesos y poniéndose finos de despiece de gorrino. Un espectáculo digno de ver.

El botillo es un embutido atípico, pues no responde a la estructura tradicional de esta denominación, sino que el intestino ciego del cerdo contiene o embute costillas, rabo y huesos de cerdo adobados con pimentón. Originario de la comarca leonesa de El Bierzo (con Indicación Geográfica Protegida), el botillo se cuece entero con patatas, berza, chorizos y ocasionalmente con alubias blancas. Tan sencillo como eso, un puchero o cocido diferente y entretenido, muy entretenido de comer.

Volvemos a los botillos de Pedro. Ni que decir tiene que acabaron en nuestra mesa, lustrosos y llenos de olor a hambre. Como nos puede el ansia de comunicar, les estampamos una identidad virtual y, a través del hashtag #botillón, narramos la comida en Redes Sociales. Una fuente de patatas y berza jalonada con varios chorizos, esperaba a que una alma caritativa diera una cuchillada al botillo y liberara el tesoro. Como imaginaréis hubo más de uno y de dos voluntarios y aquello se convirtió en una fiesta: dedos rojos, huesos limpios y vasos chocando.

Comida de pastores, pago de diezmo,  plato de subsistencia. Si este saco de huesos te ha conquistado, no dejes de buscarlo en tu próxima visita al mercado.

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